El cielo sobre la Estación de la Fuerza Espacial de Cabo Cañaveral volvió a encenderse este martes 18 de noviembre, marcando otro hito en la apretada agenda de SpaceX. Exactamente a las 7:12 p.m., hora del Este, un cohete Falcon 9 rugió desde el Complejo de Lanzamiento 40, elevándose majestuosamente sobre las avenas marinas de Cocoa Beach y pasando junto a la Torre de Exploración. La misión, denominada Starlink 6-94, tenía como objetivo principal transportar 29 satélites de banda ancha Starlink V2 Mini hacia la órbita terrestre baja.
Este evento no fue un lanzamiento cualquiera; se trató de la misión orbital número 99 que parte desde este puerto espacial en lo que va del año, consolidando un ritmo operativo frenético. Apenas dos días antes, la compañía había lanzado el satélite Sentinel-6B de la NASA, un suceso que marcó la misión general número 500 de los cohetes Falcon. En esta ocasión, la primera etapa del propulsor, que realizaba su duodécimo vuelo, completó su trabajo impecablemente. Unos ocho minutos y 25 segundos después del despegue, el propulsor regresó a la Tierra para aterrizar con precisión sobre la barcaza autónoma “A Shortfall of Gravitas”, que aguardaba en las aguas del Atlántico. Más tarde, la empresa confirmó a través de la plataforma X que los 29 satélites se desplegaron correctamente, uniéndose a la constelación que provee internet de alta velocidad y baja latencia alrededor del globo.
El contraste entre el espectáculo y la eficacia
Mientras los cohetes de SpaceX continúan surcando los cielos de Florida, surge una narrativa paralela que podría empezar a preocupar a Elon Musk. Existe un dicho que reza: “Trabaja duro en silencio; deja que tu éxito haga el ruido”, una filosofía que parece ajena al modus operandi de Musk. Críticos y observadores de la industria señalan que gran parte de sus proyectos —desde el Hyperloop hasta el Cybertruck, pasando por el Tesla Bot— priorizan la percepción y el despliegue mediático sobre la sustancia inmediata. Sin embargo, el ejemplo más evidente de esto es Starship: un espectáculo de una escala nunca vista que, tras múltiples intentos, ha fallado en casi todas las formas concebibles.
Por el contrario, Blue Origin, la empresa de Jeff Bezos, parece haber adoptado ese mantra de la discreción. Han mantenido un perfil asombrosamente bajo respecto a su último cohete, el New Glenn. Recientemente, llevaron a cabo su segundo lanzamiento histórico, y el éxito rotundo de esa operación es una señal de alerta que debería quitarle el sueño a los directivos de SpaceX. Blue Origin está demostrando que se prepara no solo para competir, sino para superar a su rival.
El ascenso silencioso del New Glenn
El desempeño reciente de Blue Origin ha sido contundente. Si bien el lanzamiento anterior del New Glenn fue un éxito parcial —logró poner un prototipo en órbita media, aunque falló en la recuperación de la primera etapa—, el hecho de alcanzar la órbita en el primer intento fue tan impresionante que la NASA dio luz verde para la misión ESCAPADE rumbo a Marte. El pasado 13 de noviembre, el New Glenn no solo lanzó y entregó las sondas ESCAPADE sin ningún contratiempo, sino que aterrizó perfectamente su primera etapa. Ariane Cornell, de Blue Origin, resumió el sentimiento general durante la transmisión: “¡Estamos abiertos para los negocios, bebé, en New Glenn!”.
Aquí es donde las comparaciones se vuelven inevitables y peligrosas para SpaceX. Aunque se suele pensar que Starship y New Glenn son cohetes muy diferentes para usos distintos, la realidad actual sugiere otra cosa. Se suponía que Starship tendría una capacidad de carga superior a las 100 toneladas hacia la órbita terrestre baja (LEO) desde el inicio. No obstante, tras iterar el diseño y realizar más de diez lanzamientos, su capacidad actual se sitúa por debajo de las 35 toneladas, diez menos que lo que ofrece hoy el New Glenn. Musk ha reconocido la necesidad de rediseñar Starship, prometiendo versiones futuras con capacidades de 150 y 200 toneladas, pero hasta ahora, ningún Starship ha logrado siquiera alcanzar la órbita, mucho menos colocar una carga útil en ella.
La batalla por los costos
El golpe final en esta comparativa radica en la economía del lanzamiento. Contrario a la creencia popular de la supremacía de costos de SpaceX, el New Glenn se presenta como una opción más económica. La NASA pagó 20 millones de dólares por su reciente lanzamiento, aunque algunas fuentes estiman el precio comercial en unos 55 millones.
Esto sitúa el costo del New Glenn entre 444 y 1.222 dólares por kilogramo de carga útil en órbita terrestre baja, considerando su capacidad de 45 toneladas. Con una fiabilidad demostrada y un costo altamente competitivo, el panorama aeroespacial podría estar a punto de sufrir un vuelco significativo, donde el silencio y la ejecución de Blue Origin comiencen a opacar el ruido mediático de su competidor.

